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lunes, 25 de noviembre de 2013

EL CASO DEL BORBÓN INCÓMODO Un informe policial fichó la muerte del duque de Cádiz como homicidio


Todas las fotografías tomadas en el lugar de la tragedia fueron destruidas. ¿Quién quiso impedir la investigación en un momento en el que Alfonso de Borbón reafirmaba su papel dinástico?

El 30 de enero de 2009 se cumplirán veinte años de la muerte del duque de Cádiz. Había salido a esquiar aquella tarde por una pista donde horas después se disputaría una prueba de los Campeonatos del Mundo de Esquí Alpino que en 1989 se celebraron en Vail (Colorado, Estados Unidos). Un cable tendido a una altura incomprensible interrumpió su descenso, le degolló y desnucó, y puso fin a una vida marcada por la desgracia, tanto que diversos testimonios -incluso su mismo rostro- hablan de él como de una persona triste.

La biografía que acaba de escribir José María Zavala sobreAlfonso de Borbón Dampierre, El Borbón non grato (Áltera), va a suponer un antes y un después en la valoración de la opinión pública sobre esa muerte.

¿Por qué "homicidio"?

Primero, porque Zavala cuenta cosas que hacen sentir escalofríos y que quizá tengan una explicación "normal"... el problema es que nadie la ha dado nunca. Por ejemplo: ¿por qué de la persona que levantó la cuerda de acero de 4 mm de grosor hasta 1,75 m, Daniel Conway, nunca más se supo? ¿Por qué, treinta días después de los hechos, un documento de la oficina del sheriff de Eagle County fichó informes sobre el oficialmente considerado accidente calificándolo de "homicidio"? Y, sobre todo, ¿por qué la policía destruyó todas las fotografías del cuerpo de Don Alfonso tomadas in situcuando aún estaba con vida sobre la pista?

No es que Zavala alimente ninguna teoría de la conspiración, aunque recoge las que enseguida circularon: simplemente deja constancia de unas circunstancias sorprendentes en una investigación que afectaba a un personaje de tal relevancia muerto de forma tan extraña. Ni el esquiador que le acompañaba (Tony Sailer, triple oro olímpico en 1956, quien le avisó del cable) ni su amigo el gran Francisco Fernández Ochoa, quien sólo por casualidad no iba también con él, se explicaron cómo pudo no ver aquella mortal guillotina en un día tan despejado.

Una opción a los tronos de España y Francia

Pero además de aportar esos y otros datos desconocidos sobre el aciago día, Zavala nos recuerda en su libro hechos bien sabidos -entre otras cosas, porque él los ha documentado en su biografía de Don Jaime de Borbón y Battenberg-, pero sobre los que probablemente no hay una conciencia pública bien fundamentada: el duque de Cádiz habría sido el descendiente de Alfonso XIII con mejor derecho dinástico, de no ser por la renuncia de su padre al trono.

En efecto, Don Juan, el padre del actual Rey, era el hijo tercero de Alfonso XIII. El primogénito, Alfonso, que murió sin hijos en 1938, renunció en 1933 a sus derechos para casarse con una persona de sangre no real. (Digamos que no le obligaba a ello la ley vigente, la republicana Constitución de 1931 -como tampoco a Don Felipe la Constitución de 1978 para casarse con Doña Letizia-, sino la ley interna de la monarquía española, jamás derogada. Y que si se la considera derogada por la Constitución de 1978, con mayor razón tendría que estarlo por la de 1931.) Y el segundogénito, Jaime, padre del duque de Cádiz, fue forzado a renunciar ese mismo año alegando su condición de sordomudo, una renuncia que el duque de Cádiz siempre consideró inválida porque se hizo en un hotel, no hubo notario oficial y no fue ni podía ser ratificada por las Cortes.

Sólo así pudo Don Juan heredar dinásticamente a Alfonso XIII y trasladar esa herencia a su hijo. El duque de Cádiz no cuestionó que Francisco Franco eligiese en 1969 a Don Juan Carlos para una monarquía instaurada de nuevo cuño, como es la vigente, pero sí veló por los derechos dinásticos de su hijo Luis Alfonso, que tenía 15 años cuando él murió. Y pocas semanas después de su muerte se iba a anunciar su compromiso con Constanza de Habsburgo-Lorena, lo que sin duda habría reafirmado la posición de Alfonso de Borbón Dampierre en el seno de las casas reales europeas.

Por cierto que Zavala también dedica un espacio a demostrar que el apellido Dampierre apenas tiene que envidiar en el Gotha al mismísimo Battenberg. Y aunque así fuese, ello no impedía al duque de Cádiz, ni ahora a Luis Alfonso, tener también el mejor derecho al trono de Francia, pues en la línea francesa cuenta la primogenitura más que la sangre real. No es que aspirasen a una imposible restauración monárquica en tierras galas, pero el hecho es de suma importancia en el seno de la familia Borbón.

El dolor, siempre presente

La lectura de estas páginas sirve también para hacernos idea de la dramática trayectoria vital del duque de Cádiz. El divorcio de sus padres en 1947; la trágica muerte de su padre Don Jaime a causa de un botellazo que le propinó su segunda esposa (Zavala lo ha desvelado con sobrecogedores detalles); el fallecimiento en accidente de automóvil, cuando él conducía, de su hijo Fran; el fracaso de su propio matrimonio con Carmen Martínez-Bordiú; y el verse relegado a una segunda posición en el seno de la familia Borbón, cuando él se sabía por sangre jefe de la misma, mientras vivía un continuo ir y venir de malos entendidos, rumores -su enlace en 1972 con la nieta de Franco hizo surgir especulaciones sobre una marcha atrás en la sucesión prevista- y puñaladas por la espalda de quienes le querían mal.

De las varias y excelentes obras que Zavala lleva dedicadas a los Borbones -muerto prematuramente Juan Balansó, es quizá el mayor conocedor de sus interioridades-, ésta es la más electrizante. Al mérito del autor para que así sea se une la constante presencia del duque de Cádiz en la vida pública española desde hace medio siglo, lo que hace de él un personaje cercano y apreciado.

El hecho de que su primera mujer y su hijo Luis Alfonso -con mucha mayor discreción- sean habitualmente portada en las informaciones del corazón ha mantenido viva indirectamente la memoria de Alfonso de Borbón Dampierre. Ahora resurge con inusitada vitalidad gracias a esta biografía imprescindible, escrita con sensibilidad y respeto pero también con una veracidad que no la hará muy grata en los salones del Palacio de La Zarzuela.

Para el común de los españoles, sin embargo, es una oportunidad inmejorable de conocer mejor nuestra historia reciente y la de sus protagonistas.

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